miércoles, 30 de julio de 2014

¡Perdidos!


¿Qué es lo que se entiende por “los perdidos”? Bien, “perdido” es una palabra terrible. Necesitaría mucho tiempo para explicarla; pero si el Espíritu de Dios, como un destello de luz, entrara en tu corazón y te mostrara lo que por naturaleza eres, aceptarías esa palabra “perdido” como descriptiva de tu condición, y la entenderías mejor de lo que te permitirían entender mil palabras mías. Perdido por la caída; perdido por heredar una naturaleza depravada; perdido por tus propios actos y acciones; perdido por mil omisiones del deber y perdido por incontables actos de abierta transgresión; perdido por hábitos de pecado; perdido por tendencias e inclinaciones que han acumulado fuerzas y te han sumido en una cada vez más profunda oscuridad e iniquidad; perdido por inclinaciones que nunca se volverían por sí mismas a lo que es recto sino que resueltamente rehúsan la misericordia divina y el infinito amor. Estamos perdidos obstinada y voluntariamente; perdidos perversa y completamente; pero aún así perdidos espontáneamente que es la peor forma de estar perdidos que pueda haber. Estamos perdidos para Dios, quien ha perdido el amor de nuestro corazón y ha perdido nuestra confianza y ha perdido nuestra obediencia; perdidos para la iglesia a la que no podemos servir; perdidos para la verdad, que no queremos ver; perdidos para los rectos, cuya causa no sostenemos; perdidos para el cielo, en cuyos sagrados recintos no podemos entrar nunca; perdidos, tan perdidos que a menos que la misericordia todopoderosa intervenga, seremos arrojados en el pozo del abismo para hundirnos allí para siempre. “¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS! ¡PERDIDOS!” La simple palabra me parece que es el tañido de campanas de difuntos de un alma impenitente. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Oigo el lúgubre tañido! ¡Se está celebrando el funeral de un alma! ¡La muerte sin fin le ha acontecido a un ser inmortal! Se eleva como un espantoso lamento desde mucho más allá de los límites de la vida y la esperanza, procedente de esas lúgubres regiones de muerte y de oscuridad donde moran los espíritus que no quieren que Cristo reine sobre ellos. “¡Perdidos! ¡Perdidos! ¡Perdidos!” ¡Cuán terrible sería que estos oídos oigan jamás ese lúgubre sonido! ¡Es preferible que arda un mundo entero a que se pierda un alma! ¡Es preferible que se apague cada estrella y que aquellos cielos se conviertan en una ruina a que una sola alma se pierda! 
C. H. Spurgeon - Sermón 3309 - Vol. 58

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