El
señor Tennant, un famoso ministro norteamericano del tiempo de Whitfield, uno
de los hombres más denodados y seráficos que hayan proclamado el Evangelio de
Jesucristo, tenía un oyente que permanecía inconmovible ante una buena cantidad
de sus sermones más fieles. Otros fueron salvados, pero no este hombre; parecía
indiferente e inconmovible; pero, un cierto domingo, sucedió algo muy inusual.
El señor Tennant había preparado su sermón con sumo cuidado, era lo que suele
llamarse un sermón elaborado, que le había costado todo el pensamiento y todos
los esfuerzos posibles; pero no se había adentrado mucho en la predicación
cuando su memoria le falló por completo, y su mente rehusó trabajar, y, después
de dar tumbos por unos momentos, se vio obligado a sentarse en medio de gran
confusión, y confesar que no podía predicar a la gente ese día. El hombre que
he mencionado, que nunca se había visto impresionado bajo el ministerio del
señor Tennant, fue llamado aquel preciso día por la gracia soberana, como
"uno nacido fuera de tiempo", pues fue conducido a ver que había una
fuerza espiritual y sobrenatural que usualmente ayudaba al pastor a predicar, y
que, cuando esa influencia divina fue retirada, el señor Tennant quedó tan
débil como los demás hombres, y no pudo hablar con poder, como solía hacerlo.
Esta verdad, de
alguna manera u otra, -pues las mentes humanas están extrañamente constituidas,
y las cosas que no tienen efecto sobre ciertas personas, afectan muy
grandemente a otras que participan de la misma experiencia-; esta verdad,
repito, indujo al hombre a pensar; y cuando pensó, fue conducido a creer en
Dios y a confiar en el Señor Jesucristo para la salvación de su alma. Él fue,
sin ninguna duda, uno "nacido fuera de tiempo".
A mí me gustaría
sufrir un colapso, como lo experimentó el señor Tennant, si por ese medio
algunos de ustedes nacieran de nuevo para Dios; preferiría quedarme mudo, y
ganar un alma para Jesús, que hablar lenguas humanas y angélicas, pero que los
corazones de los hombres no fuesen conmovidos por la verdad que proclamo.
Cuán a menudo he
experimentado que he regresado a casa, y he suspirado, y he clamado, y he
gemido por un sermón en el que no sentí ninguna libertad, y que más bien
consideraba un completo fracaso, pero se ha demostrado posteriormente que, una
persona por aquí, y otra por allá, han pasado al frente bendiciendo y alabando
a Dios precisamente por aquel testimonio que me parecía tan defectuoso y débil,
pero que el Espíritu del Señor grabó salvadoramente en ellos. Así que, todavía,
hay algunos que, de esta manera, son "nacidos fuera de tiempo", por
medio del uso que hace el Espíritu Santo incluso de la debilidad y del aparente
fracaso del predicador.
Podemos utilizar otra
ilustración tomada del lado opuesto de la misma verdad. Algunos son convertidos
cuando dan la impresión de estar en un estado mental en el que parecería muy
improbable que fuesen conmovidos. Recuerdo que me encontraba un día en casa del
doctor Campbell, cuando me narró la historia de un ministro estaba predicando
una noche en el antiguo Tabernáculo de Whitefield en Moorfields, y estaban
presentes, bajo muy extrañas circunstancias, dos jóvenes que habían caído en
hábitos disipados, y que se habían citado en esa precisa noche para cometer
algún grave pecado. Si hubiesen hecho lo que habían planeado, podría haber
sucedido que se hubiesen lanzado a una carrera de vicio de la cual, tal vez, no
se habrían podido desenredar nunca. Ellos iban pasando por el Tabernáculo de
Moorfields, que algunos de ustedes recuerdan, y como querían saber la hora en
la que habrían de llevar a cabo este propósito impío, uno de ellos le dijo al
otro: "entra y mira la hora; con seguridad hay un reloj allí dentro."
Pero el reloj no estaba colocado como está colocado aquí, a espaldas del predicador,
sino en el lado opuesto; así que el joven tuvo que caminar dentro del templo un
trecho mayor del que hubiera querido, para poder ver el reloj. Si recuerdo
correctamente, el predicador esa noche era Matthew Wilks, y estaba simplemente
expresando un comentario singular, algo que llamó la atención del joven y que
lo retuvo en el pasillo. Su compañero esperó afuera durante unos instantes,
pero como hacía frío, decidió entrar, y mirar él mismo reloj, y sacar a su
amigo. Entró; las flechas del Señor traspasaron el corazón de ambos jóvenes, y
el segundo de esos dos jóvenes era John Williams, el famoso misionero, y,
finalmente, el mártir de Erromanga. Así, ellos también fueron "nacidos
fuera de tiempo."
Era difícil pensar en
la posibilidad de que esos hombres se convirtieran en predicadores del
Evangelio, como lo hicieron, puesto que en aquel preciso momento, estaban
desesperadamente decididos a cometer un grave pecado contra Dios, y sus
corazones estaban enteramente entregados a los placeres y a las insensateces de
este mundo; pero así sucedió, y nuestro Señor sabe todavía cómo detener a los
hombres, así como detuvo a Saulo de Tarso cuando iba camino a Damasco.
C.
H. Spurgeon - sermón no. 2663