martes, 27 de septiembre de 2011

Si Cristo quería un pueblo, ¿por qué no eligió a los reyes, y a los príncipes y nobles de la tierra? En vez de eso, toma a los pobres, y los hace conocer las maravillas de Su amor moribundo; y en vez de seleccionar a los hombres más sabios en el mundo, toma a los más necios, y los instruye en las cosas del reino.
C. H. Spurgeon - sermón #2219 - Un Arpa de Diez Cuerdas
¡Cuántas veces he anhelado que hombres de mentes sobresalientes pudieran ser convertidos! He deseado que pudiéramos contar con unos cuantos hombres como Milton, pero que cantaran al amor de Cristo; unos cuantos hombres poderosos, maestros de política y de ciencias semejantes, que consagraran sus talentos a la predicación del Evangelio.¿Por qué no sucede así? Bien, porque parece que el Espíritu Santo no cree que esa sea la manera de glorificar supremamente a Cristo; y prefiere, como una mejor manera de hacerlo, traernos a personas comunes, y tomar de las cosas de Cristo y hacérnoslas saber. Él verdaderamente glorifica a Cristo; y bendito sea Su santo nombre porque por siempre mis ojos de confusa mirada contemplarán su infinita amabilidad; que por la eternidad un infeliz como yo, que puede entender cualquier cosa excepto lo que debe entender, sea conducido a comprender las alturas y las profundidades, y conocer, con todos los santos, el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento.
C. H. Spurgen - sermón #2213
Hermanos, mantengan la señal de la sangre muy visible sobre todas las misericordias que reciben. Todas ellas están marcadas con la sangre de la cruz; pero algunas veces pensamos tanto en la dulzura del pan, o en la frescura de las aguas, que nos olvidamos de dónde proceden, y cómo nos llegaron, y entonces pierden su mejor sabor. Que haya venido de Cristo es lo mejor acerca de la mejor cosa que provenga jamás de Cristo. Que Él mismo me salve es, de alguna manera, mejor, que simplemente ser salvado. Ir al cielo es una gran bendición; pero yo sé que es mejor estar con Cristo, y, como resultado de ello, ir al cielo. Es Él mismo, y lo que procede de Él, lo que es lo mejor de todo, porque viene de Él mismo.
C. H. Spurgeon - #2213

sábado, 10 de septiembre de 2011

Una evidencia segura de ser un hijo de Dios

Escuché una vez una encantadora historia sobre Robert Hall –el más poderoso de nuestros oradores bautistas- y tal vez uno de los más grandes y elocuentes ministros que haya vivido jamás. Él estaba sujeto a ataques de terrible depresión de ánimo; y, una noche, cuando se dirigía hacia un cierto lugar adonde iba a predicar, tuvo que detenerse por causa de una fuerte nevada. Había tal cantidad de nieve que se vio obligado a pasar la noche en la casa de la granja donde había tenido que detenerse. Pero tendría que predicar –decía- tenía listo su discurso y tendría que predicarlo. De tal forma que tuvieron que reunir a los sirvientes, y a la gente de la granja, y el señor Hall predicó el sermón que había preparado, un sermón demasiado maravilloso para ser predicado en la sala de la casa de una granja, y después que todas las personas se marcharon, se sentó junto a la chimenea con el buen hombre de la casa –un granjero sencillo- y el señor Hall le preguntó: “Ahora dígame, señor Fulano de Tal, ¿cuál piensa usted que sea la evidencia segura de que un hombre sea un hijo de Dios? A veces me temo que no soy un hijo.”

“¡Oh!”, –le respondió el granjero- “mi querido señor Hall, ¿cómo puede usted hablar así?”

“Bien, ¿cuál piensa usted que es la mejor evidencia de que un hombre es realmente un hijo de Dios?”

“¡Oh!”, -replicó el granjero- “estoy seguro de que si un hombre ama a Dios, aceptará todo de buen grado”.

“Entonces”, -dijo el granjero continuando con la historia- “deberían haberlo oído hablar. Dijo: ‘¿Amar a Dios, amigo? ¿Amar a Dios? Aunque yo estuviera condenado, todavía lo amaría. ¡Él es un Ser tan bendito, tan santo, tan veraz, tan clemente, tan amable, tan justo!’ Prosiguió durante una hora alabando a Dios, y las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras seguía diciendo: ‘¡Amarlo! No podría evitar amarlo; tengo que amarlo. Sin importar lo que me haga, tengo que amarlo’”.
C. H. Spurgeon - Revelación y Conversión

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Nuestras ofrendas

Nuestras ofrendas no han de ser medidas por el monto que aportamos, sino por el excedente que conservamos en nuestra propia mano. Las dos blancas de la viuda valían más, a los ojos de Cristo, que todo el dinero restante echado en el arca; pero “ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
C. H. Spurgeon - La Dádiva Óptima

lunes, 5 de septiembre de 2011

No podrían imaginar el gozo que sentí hoy al visitar a un hermano que yace gravemente enfermo. Mi querido amigo, al hablar conmigo hace unos instantes, cuando me encontraba junto a su lecho, me dijo: “Pastor, ¿recuerda usted lo que me dijo cuando me bautizó?” Yo le respondí: “No, no lo recuerdo”. “Bien” –comentó- “fue hace treinta y cinco años, y cuando estaba entrando en el agua, usted pidió: ‘Alabemos al Señor por este hermano. Yo espero que sea un don, un don precioso, para esta iglesia’. Y luego usted se detuvo antes de bautizarme, y oró: ‘¡Señor, hazlo útil, y concédele la gracia de servirte durante muchos años más!’ De eso hace treinta y cinco años” –dijo- “y sin embargo, lo recuerdo como si fuese ayer: cómo oró usted por mí, y cómo concluyó diciéndome: ‘¡Y, cuando tus pies toquen las frías aguas del río de la muerte, que lo pises con firmeza!’ Oh, querido pastor” –dijo- “estoy pisando con firmeza. Nunca fui tan feliz ni tan dichoso como lo soy ahora, en espera de ver pronto el rostro de mi Amado”. Nuestro hermano agregó también: “¡Cuán poco aporta la teología moderna al hombre que está al borde de la eternidad! Yo no necesito ninguna teoría acerca de la inspiración, o acerca de la expiación. La Palabra de Dios es verdadera para mí de principio a fin, y la sangre preciosa de Jesús es mi única esperanza”. Yo le respondí: “Mi hermano me dijo el otro día lo que John Wesley le dijo a Charles Wesley. Le dijo: ‘Hermano, nuestra gente muere bien’”. “Sí”, me respondió el hermano que está enfermo: “así es, pues como un anciano de la iglesia he visitado a muchísimas personas, y siempre han muerto con una fe segura y confiada”. Yo nunca veo ninguna duda en ninguno de nuestros amigos cuando están al borde de la muerte. Yo tengo más dudas de las que ellos parecieran tener. ¡Ay, que tenga que ser así! Pero yo espero comportarme como un hombre cuando muera, como lo hacen ellos, descansando en ese mismo Salvador. Pero, hermanos, habríamos sido grandes perdedores si ese hermano, hace treinta y cinco años, habiéndose dado a sí mismo al Señor, no se hubiera dado también a mí y a la iglesia sobre la cual el Señor me había hecho pastor. ¡Bendito sea Dios, que le ha guardado a él y a nosotros hasta este día!
C. H. Spurgeon - La Dádiva Óptima

domingo, 4 de septiembre de 2011

De la iglesia perfecta

Ustedes, que ya son miembros de la iglesia, no la han encontrado perfecta, y yo espero que casi se sientan contentos por no haberla encontrado así. Si yo no me uniera nunca a ninguna iglesia hasta no encontrar la iglesia perfecta, no me habría unido a ninguna en absoluto; y en el momento en que me uniera a ella -si encontrara alguna- la arruinaría, pues no sería una iglesia perfecta a partir del instante en que me hiciera miembro de ella. Aun así, imperfecta como es, es el lugar que más amamos en la tierra.
C. H. Spurgeon - sermón #2234.

¿Es así nuestra entrega a Cristo?

Algunos de nosotros nos entregamos a Cristo hace cuarenta años. Oh, cuán agradecido estoy de poder decir: “¡Hace cuarenta años!” Algunos de ustedes vinieron hace treinta años; algunos hace veinte años; algunos hace diez años. Algunos de ustedes se entregaron a Cristo bastante recientemente, cuando mis queridos hermanos Fullerton y Smith estuvieron en el Tabernáculo. Bien, ¿desean regresar corriendo? Si algunos de ustedes quisieran hacerlo, yo conozco a uno que no quiere, que antes bien dice: “Señor, yo vengo de nuevo, como si nunca antes hubiere venido, y el deseo de mi corazón es ser plenamente Tuyo, más enteramente Tuyo de lo que lo he sido jamás. Toma mi corazón, y mis manos, y mis pies, y mis ojos, y mis oídos y mi lengua; toma mi vida, y mi voluntad, y todos los poderes de mi cuerpo, mente y alma; toma todo lo que soy, y todo lo que tengo, y todo lo que tendré jamás; tómalo todo, pues es todo Tuyo”.
C. H. Spurgeon, sermón #2234 - Volumen 37



viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Acaso nuestra Cabeza fue coronada de espinas y ustedes se imaginan que los demás miembros del cuerpo habrán de ser mecidos sobre el cómodo regazo de la tranquilidad?
C. H. Spurgeon – sermón #254 – Vol. 5

jueves, 1 de septiembre de 2011

Al reflexionar sobre esta sumamente importante verdad, quiero que consideren el contexto del texto. Encontrarán en el versículo séptimo de este capítulo, que el amor a Dios es establecido como una indispensable señal del nuevo nacimiento. “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios”. Entonces no tengo ningún derecho a creer que soy una persona regenerada a menos que mi corazón ame a Dios verdadera y sinceramente. Sería vano que yo, si no amara a Dios, citara el certificado que registra una ceremonia eclesial y dijera que eso me regeneró. Ciertamente no hizo eso, pues de otra manera se habría presentado el resultado seguro. Si he sido regenerado, yo podría no ser perfecto, pero sí puedo decir esto: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Cuando por la fe recibimos el privilegio de convertirnos en hijos de Dios, recibimos también la naturaleza de hijos y con amor filial clamamos: “¡Abba, Padre!” Esta regla no tiene ninguna excepción. Si un hombre no ama a Dios, tampoco ha nacido de Dios. Muéstrenme un fuego sin calor y entonces pueden mostrarme una regeneración que no produce amor a Dios, pues así como el sol tiene que producir su luz, así un alma que por la gracia divina ha sido creada de nuevo, tiene que poner de manifiesto su naturaleza mediante un sincero afecto hacia Dios”. “Os es necesario nacer de nuevo” pero ustedes no han nacido de nuevo a menos que amen a Dios. Cuán indispensable es entonces el amor a Dios.
C. H. Spurgeon - La Lógica del Amor